Comienzo a sentirme mareada, creo que me he pasado un poco de tragos. Aunque, ahora que lo pienso, solo he tomado un par de copas. Este vodka tiene un sabor un poco raro, con un amargor ligeramente más acentuado, le doy un último sorbo y lo dejo sobre la mesa. Me voy a casa, no me siento bien, tengo un mal presentimiento. Tengo taquicardia, no sé si es por la bebida, o por esta corazonada que preludia una tragedia.
Salgo del bar con pasos trémulos. Quiero encontrar la ruta hacia mi casa, pero tras unos pasos todo se nubla. No recuerdo más que el tintineo de mis llaves al caer.
El siguiente recuerdo es turbio e inmundo. Un dolor punzante y creciente en la zona pélvica contra el que no puedo hacer nada. Me falta el aire para gritar, mi lengua arrastra las palabras. Su cuerpo pesado sobre el mÃo me sofoca, no puedo respirar. Quiero decirle que pare, pero no puedo. Duele. Duele mucho. El dolor entre mis piernas ensordece el ardor que siento en la cabeza, aunado a una cálida sensación que se extiende ahora coagulando tras el cuello. Calor, luego frÃo.
Esperen, el dolor cesa. Me vuelvo insensible, tÃtere de la circunstancia. Inmóvil dejo que termine, el cuerpo se relaja. Él se marcha y yo me siento aliviada y asqueada.
Estoy en un callejón, me pongo de pie y ya no siento nada. Contemplo mi piel amoratada, mi ropa desgarrada y mi cabeza que yace en un rojo charco, junto a las enclenques llaves que fueron incapaces de intimidar al predador. Serena, cierro los ojos y me pregunto, ¿me veré guapa en la foto que difunda mi madre para buscar mi cuerpo sin vida?