El Rostro de Sara
- jessiram98
- 13 ene 2019
- 21 Min. de lectura
Jessica R. Rentería
Me sentí atraído hacia ella indescriptible e inevitablemente. Quizás era algo en el ambiente, que mi campo magnético se vio afectado por el suyo, condenando a sus pasos a encontrarse con los míos. Ya me había atraído su campo magnético, pero no fue hasta que vi su rostro, ah, ese rostro; fue entonces que destruyó por completo no uno sino todos mis campos semánticos, dejándome mudo, incauto e indefenso.
Me sudaban las manos trémulas, caminaba a tropezones y sentía que me desvanecería en cualquier instante. Estiré la mano en un vano intento por alcanzarla; ahí estaba ella, preciosa, misteriosa y despistada, caminando con un sutil meneo de cadera, casi danzante.
El llanto se abrió paso denso por mis mejillas, ávido de sus besos, impregnados en la nostalgia de que ella me fuera ajena. Hacía un par de años ya desde que vi su rostro por última vez. Un febrero hace dos años, cuando sus mejillas se volvieron gélidas postrada en una cama. Recuerdo su rostro perfecto, porque la última vez que lo vi fue cuando la vi morir.
Le alcancé presuroso, con un miedo terrible debido a la inminente sensación de estar a punto de volver el estómago. Le toqué el hombro para que diera media vuelta y observar su semblante una vez más. Que me vieran sus ojos hermosos, ojos que al cerrarse me desgarraron el alma, ojos que aun cerrados eran preciosos.
Se sobresaltó al sentir mi tacto y se incorporó de un giro, abrió los ojos como platos, sin rastro alguno de reconocimiento en su mirada… Sus ojos… Me desplomé, esos ojos, eran bellísimos, pero no eran suyos.
- Perdón, te confundí con alguien más - dije con premura y salí despavorido antes de que ella pudiese siquiera expresar su tangible confusión.
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-Te lo digo hombre, era ella.
- ¿Te estás escuchando a ti mismo? Eso no es posible.
- Pero era ella- afirmé, pero luego titubeé -, pero los ojos…
- ¿Qué hay con los ojos?
- No eran los suyos, los de ella eran verdes.
- Entonces no era ella.
- No… bueno, no lo sé.
- ¿Era o no era, pues? - dijo Antonio con un tono severo, luego dulcificó su voz un poco- Luis, es normal que pienses haberla visto, la extrañas, no es fácil lo que viviste, hombre. Precisamente por eso te fuiste a Sevilla, para olvidar, no sé si ha sido buena idea. La buscas en cada rostro que se le parezca, pero no es ella, Luis, tienes que dejarla ir. Esa chica que viste hoy quizá tenía un aire similar a Sara, eso es todo.
- ¡Que no! Era más que un simple parecido, mucho más que algo que pudiese explicar de manera ordinaria.
- Sara murió hace 2 años, no hay manera de que sea ella- aseveró- lo siento, hermano.
- “Murió” -dije gesticulando excesivamente y dibujando las comillas con mis dedos- ni siquiera la enterramos, ¿Estamos seguros de que murió?
- Carajo, ¿Te has vuelto loco? Tú estuviste allí, la viste morir, estuviste presente cuando su respiración cesó y el doctor declaró muerte cerebral. Está muerta- reafirmó.
- Y les hemos creído… Se llevaron el cuerpo y no lo vimos nunca más. - insistí.
- ¿Por qué traes todas estas dudas que ya habían sido respondidas con anterioridad? No hicimos un propio entierro porque Sara no lo quiso así, ella quería donar su cuerpo a la ciencia, al estudio, siempre lo supiste, incluso estabas de acuerdo.
- ¡Pues eso fue antes de volver a verla!
- ¡Que no era ella!
- No con explicaciones ordinarias, como dije- hice una larga pausa- Toño, ¿Crees en la resurrección? ¿En la clonación?
- ¿Te has vuelto loco de remate?
- Necesito un trago- dije al momento de deslizar con el dedo la pantalla del pequeño dispositivo que tenía en la mano.
- ¿Qué vas a…? - dijo incapaz de completar su pregunta antes de desvanecerse de mi sala en una difusa imagen holográfica, para ser reemplazada por la leyenda “llamada finalizada”.
Vertí un poco de ron en mi vaso de vidrio, y luego bebí directamente de la botella. ¿Es que me estaba volviendo loco? No lo sabía, pero de ser por ella, vale la pena poner mi sanidad en tela de juicio.
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Pasaban miles de rostros mientras esperaba por el mismo bloque que el día anterior, pero ninguno se le parecía. Quizás era verdad que estaba loco, que había sido una treta de mi mente y que no era ella y nunca lo sería. Tal vez debía aceptar que estaba muerta, y la muerte tiende a ser definitiva, al menos la mayoría de los casos, aunque el efecto de Lázaro podía desacreditar la afirmación de que no hay retorno de la muerte. Estaba desvariando. Sentado en la acera cual mendigo, esperando una cara que posiblemente no miraría nunca. Con desánimo me puse de pie, a punto de rendirme, pero fue entonces cuando vi esa silueta y me aproximé a pasos presurosos.
Rápido, tenía que idear algo, eché a andar el pensamiento. Piensa, carajo, piensa. No podía perder la oportunidad. Le toqué la espalda y dejé que el destino hiciera lo suyo.
-Disculpa- dije al momento que ella volteaba con ligereza y los labios entreabiertos entintados de confusión y expectativa.
- ¿Sí? - respondió ella con un marcado acento español al que estaba tan acostumbrado desde que migré a Sevilla, pero que no esperaba escuchar salir de sus labios. Ese acento de esa voz que me partieron el corazón, pero, ¿por qué me extrañaba? Si estaba en España, ¿qué diablos estaba esperando? Vacilé por segundos que parecían interminables, me atraganté con mi propia lengua intentando encontrar palabras sensatas, o bueno, palabras. Definitivamente no había planeado nada de esto, parte de mi cerebro límbico solo se abalanzó a la oportunidad sin rumbo determinado. No consideré un escenario donde la voz de ella no fuese la grave voz con acento cantado y bien arraigado de jalisquilla preguntando “¿Dónde habías estado? Te extrañe”. Trastabillé otros instantes antes de intervenir rápidamente ante el semblante de desconcierto de ella, quien parecía a punto de irse con incomodidad.
- Estoy buscando un bar por aquí cerca, no soy de acá. ¿Por dónde está la birra sagrada? - ella resopló con una risa.
- Hombre, a juzgar por tu expresión pensé que se trataría de algo mucho más dramático que un bar. Casi has llegado, camina un bloque más por esta acera y luego dos más a la izquierda. Es mi pub favorito- dijo al momento de dar media vuelta con una pícara media sonrisa y seguir su curso en dirección opuesta a la mía.
- O puedes acompañarme más tarde…- le grité en un intento desesperado por evitar que se fuera. Quizás fue estúpido, fui ridículo e intenso. Probablemente eso pensó ella y me arrepentiría cuando se riera de mí y se fuera, pero me estaba quedando sin alternativas. Ella se paró en seco y rio nuevamente.
-Pero qué osadía. Vaya manera de pescar chicas tenéis ustedes los mexicanos - reí con vergüenza y perceptiblemente sonrojado, pero me apropié de ello y proseguí.
-Y bueno, ¿ayudarás a este mexicano a disfrutar de tus tierras?
- Creo que puedes llegar por mérito propio- dijo burlesca, por un momento perdí la esperanza, hasta escuchar su siguiente frase-, yo estaré ahí alrededor de las 8, si quieres encontrarme.
Dijo las últimas palabras con picardía mientras se aprovechaba de su hermosa sonrisa de lado y se alejaba sin obtener respuesta, bien segura que yo estaría ahí, esperándola desde las 7:50.
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Como lo predije, ahí me encontraba expectante, ansioso por ver a la chica de la melena rubia y ojos verdes consonantes que, aunque son las facciones que no coincidían con su rostro, he de admitir que no le quedaban nada mal. Esperarla en esa barra era un sentimiento agridulce y confuso. Quería verla, pero verla a ella, ansiaba desembrollar el misterio que tenía epicentro en su rostro. Saber qué había sido de ella y cómo había llegado hasta aquí. Mil hipótesis cruzaron mi mente, algunas desafiaban mi cordura y me hicieron cuestionarme si presentarme sería lo más adecuado. Casi con certeza podía decir que no, pero lo único certero en esta vida es que está llena de sorpresas. ¿Qué hacía ahí esperando a una chica que no era mi chica? Pero, ¿qué tal si lo era? Aún si lo fuera, ya no era mía. ¿Quién era ella? La duda y la incertidumbre taladraban mis sentidos mientras daba un sorbo a mi coñac. Lo dejé en la mesa al quedar absorto con la visión que vislumbré entrar por la puerta entre la multitud. Hermosa. Me inundó de añoranza y una pizca de melancolía; me puse de pie y ella también me vio.
-Decidiste venir- dijo ella fingiendo sorpresa y dejando su bolso en la barra junto a mí y jaló sus mangas hasta casi cubrir las palmas de sus manos antes de tenderme la mano derecha en un gesto de presentación- No caché tu nombre hace rato. Me llamo Marisol; mis amigos me dicen Sol, puedes decirme así si quieres.
Me congelé. Sol. Era verdad, jamás pregunté su nombre, y jamás lo hice porque estaba tan jodidamente seguro de que no había necesidad. Estaba convencido que yo ya conocía su nombre y que ese nombre era Sara. Sentí un nudo en la garganta y sacudí la cabeza repetidamente para espabilarme y combatir el llanto que se avecinaba. Sacudí su mano después de un periodo más largo de lo que convencionalmente habría sido.
-Luis, encantado- dije con una sonrisa que pretendía enmascarar mi desconcierto.
- ¿Tú eres ese chico verdad? -preguntó Sol enfocando su vista en mi rostro intentando reconocerme- claro que lo eres, ¡El chico de ayer!
Mierda. Se me vino el alma a los pies y se me revolvió el estómago; ciertamente no recordaba ese detalle, ¿Qué le iba a decir? ¿Por qué la había interceptado con lágrimas en los ojos y huido despavoridamente?
-Claro que no- intenté mentir, de manera muy estúpida y completamente inútil.
- ¡Claro que sí! Lo recuerdo bien, fue muy extraño para mí, ¿Crees que olvidaría ese rostro? - lo mismo le diría yo, irónicamente. Fue precisamente por eso que la intercepté, pues tenía un rostro que jamás olvidaría.
- Bueno, está bien. Te lo dije, te confundí con alguien, es todo. Tuve un problema y pensé que eras alguien conocida- de alguna manera esas palabras tuvieron un impacto en ella y su semblante se tornó a seriedad inmediata.
- Vale. No hagamos esto más incómodo - dijo liberándome de un interrogatorio en demasía desagradable- ¿Dónde está el barman?
Llamé al barman con un gesto, y cuando este se aproximó, por costumbre tomé la palabra para ordenar.
- ¿Me puedes traer otro coñac? y para la señorita un Black Russian.
- ¿Un Black Russian? - me interrumpió ella tajantemente- Gracias, tomaré una cerveza.
- Pero tú no tomas cerveza.
- Y tú sabes eso porque me conoces de años- dijo ella sarcásticamente. Me di cuenta de lo estúpido que fue mi error y sentí un hueco en el estómago por tercera vez- ¿Por qué actúas como si me conocieras?
- Solo fue una suposición- dije riendo nerviosamente.
- ¿Sabes Luis? No te ofendas, pero eres un raro de mierda- dijo con simpatía en una frase que se sintió más como una carismática observación que como un insulto. Yo sabía que en nuestros pocos encuentros había actuado exactamente como “un raro de mierda”, así que me limité a asentir con la cabeza y reír.
- No siempre soy así, lo juro. Solo me pasa con…
- Con las chicas guapas- dijo divertidamente.
- Contigo- corregí severamente. Era una verdad a medias, pues “contigo” era Forma combinada de la preposición con y el pronombre personal de segunda persona singular ti, en donde “ti” era Sara, no Sol, aunque yo estaba convencido de que eran la misma persona.
Llegó el barman muy oportunamente con nuestras bebidas.
- Eres muy bonita- dije mirándola profundamente a los ojos con una visible añoranza, ella desvió la vista.
- Ese es el halago más básico que alguien podría decir.
- ¿Disculpa?
- El cuerpo no es más que un contenedor. Los rostros no son más que una carta de presentación, y una muy jodidamente importante, aparentemente. La mayoría de personas buscan el envase, bebiendo cualquier mierda de contenido que esté dentro. ¿Y si tuviese el rostro destrozado? ¿A que no te me hubieras acercado a preguntar por el bar? - ciertamente no. Por razones un tanto más complejas de lo que ella pensaba, pero en esencia el mismo fundamento. Me sentí culpable. Ella se veía claramente afectada por el tema de conversación que se acababa de desenlazar.
- Perdón. ¿Por qué no te gusta que elogien tu belleza, como el resto?
-Porque es estúpido. Nuestros cuerpos ni siquiera nos pertenecen. - dijo con una serenidad que evidenciaba que no era su intención causar el impacto que causó en mí con esa frase. ¿A qué se refería? Antes que pudiera preguntarle me respondió- Solo somos entes en un contenedor prestado. No somos cuerpos con almas, somos almas en cuerpos, ¿entiendes la diferencia?
- Sí… ya ve - el sentido que tomó era irrefutable, tenía la boca llena de razón, sin embargo, no había culpa en admirar la belleza innegable de su persona. Su belleza que me transmitía calma, añoranza y deseo; que me recordaba al amor.
La miré con inquietud, pero asombrado. No pensé encontrar tanta profundidad de ese calibre transmitido con cierto grado de agresividad que me resultó de alguna manera seductor. La fuerza con la que expresó con elocuencia sus ideales me provocó una genuina sensación de maravilla; su determinación era plausible, y su belleza innegable. Me perdí en ella una vez más. Caí por ella por segunda vez, por ella, aunque era diferente. Aunque no tenía la serenidad y dulzura que la caracterizaban, aunque ya no veía esos ojos casi negros de mirada profunda, aunque ya no podía acariciar una larga cabellera castaña, aunque no le gustara el licor de café.
Discretamente deslicé mi mano por la barra hasta encontrar sus dedos con los míos, rocé con las falanges el dorso de su mano. En primera instancia ella mostró intenciones de responder al estímulo positivamente, pero en su lugar empuñó la mano y me miró inquisitivamente. Enfoqué la mirada en sus verdes ojos y luego la desvié.
Proseguimos en una noche de tragos que duró probablemente más de lo que debió haber durado, entre brandys, cervezas y tequilas perdimos la noción del tiempo, y perdimos también la noción de otros detalles.
La razón se volvía difusa, la moral dispersa. Las risas engendradas por alcohol y experiencias se hicieron presentes; intercambio de palabras, intercambio de roces, y, sobre todo, intercambio de miradas. Miradas de ésas que van cargadas de deseo reprimido, de ésas que tienen un tinte de erotismo y una pizca de desafío, como diciendo “te reto a que te atrevas a besarme”, pero ninguno de los dos se atrevía a efectuar el primer movimiento. Me miraba fijamente a los labios y luego reía al desviar la mirada como intentando convencerse de que no quería abalanzarse a mí y arrancarme a besos la incertidumbre. No admitía que ella también lo deseaba, pero yo lo sabía.
- ¿No dirás nada? - le susurré.
- ¿Nada respecto a qué? - dijo pretendiendo ingenuidad.
-Ya no te hagas…
- ¿Hacerme qué?
-Tú sabes qué.
-Te aseguro que no lo sé.
- ¿Entonces te lo tendré que explicar?
-Sería fabuloso… - comenzó a articular justo cuando la tomé por la nuca y le di una explicación a base de besos. Al principio, ante la sorpresa, se quiso alejar, pero al instante siguiente puso sus manos entrelazadas en mi cabello y me siguió el ritmo. Recordaba la textura de los labios, el sabor de sus besos, que hoy se combinaban con cerveza, brandy y tequila.
Las palpitaciones fuertes, la respiración pesada. Comenzó a respirarme cerca del cuello y movimos nuestro encuentro a su alcoba. ¿Era una locura?, probablemente. ¿Era incorrecto?, En muchos niveles. ¿Debí detenerme?, Definitivamente. Sin embargo, la forma que sus labios se fusionaban con los míos y sus manos recorrían mi espalda me impedían actuar con cordura y razón; añoraba tanto este momento que creía que no sucedería jamás, pero al que estaba resignado a no renunciar. Y no renunciaría ahora, aunque sus besos eran falsamente suyos, al menos eran.
Me fui deslizando detrás de su blusa y enredé mis dedos en su rubia melena. Ciertamente extrañaba su larga cabellera en la cual encontraba placer de acariciar y tirar levemente. Por la falta de abundancia de cabello delineé con mis dedos el inferior de la nuca, ahí donde nace el cabello, solo para encontrarme con un grueso borde. Ella de inmediato apartó mis manos de su nuca y las puso en su cintura. Me detuve un momento preguntándome: ¿Qué sería esa elongada cicatriz? Me miró con picardía. ¡Al diablo! ¿Qué importaba ahora? Seguí besándola y con delicadeza, pero diligentemente comencé a despojarla de su ropa para encontrarme con un cuerpo magullado y con unas cuantas cicatrices. Reconocí cada recoveco, cada curva; las reconocía todas a detalle, cada pulgada de su cuerpo como si estuviera hecha para mis dedos. Me detuve a admirar las coyunturas de su cuerpo con tristeza y recelo, ¿Quién la habría dañado? Me acerqué determinado a sanar sus heridas con caricias, besé cada una de sus cicatrices y sentí su piel al erizarse cuando recorría su piel maltratada mientras compartimos un momento eterno. Que quería arrancarme la piel y regalársela para arreglar su piel herida, quería protegerla de todo mal, incluso de aquel que le ocasionaron cuando yo estaba ausente.
La miré y acaricié su rostro con la punta de mis dedos, cada centímetro de piel. Entrelacé su mano con la mía.
-Te extrañé- le susurré al oído.
-Pero si no me conoces, Luis- dijo ella desconcertada.
-Pero claro que te conozco, Sara - me percaté del error al instante en que las palabras salieron de mi boca, habría deseado regresar el tiempo y tragarme esas palabras, pero ya era tarde. Sentí un vuelco en los intestinos y un remolino en mi cabeza, estaba confundido, convencido de que esa mujer era la misma por quién lloraba dos años atrás, pero racionalmente seguro de que eso no era posible. ¿Qué diablos estaba haciendo? No podía mentirme de esa manera, ni mentirle a ella tampoco. Pero es que ella no sabe que fue mi esposa hace años, no sabe que estuvo muerta. ¿Qué estoy pensando? Debe haber otra explicación, debo estar confundiéndola con una mujer común, pero ¿y si no murió? ¿y si hay otra explicación? No podía quedarme ahí, tenía mucho que aclarar.
Ella solo se quedó estupefacta, desconcertada e indignada. Me limité a ponerme de pie de un brinco y vestirme rápidamente mientras me disculpaba.
-Lo siento, tengo que irme. Perdón.
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Estaba convertido en un manojo de sensaciones desagradables. Estuve vomitando toda la noche, llorando también y, por supuesto, bebiendo. Tenía tantas dudas que probablemente no podían ser resueltas de manera sensata.
Ese encuentro me dejó con más preguntas que respuestas; su cuerpo maltratado me hizo cuestionarme si sería ella misma después de su “muerte”. ¿Qué le habrían hecho? ¿amnesia? ¿resurrección? ¿clonación? ¿sería resultado de un experimento en que fue sujeto de prueba? Eso explicaría todas las cicatrices, pero ¿por qué no recordaba nada? ¿de dónde había sacado su actual identidad?, más importantemente, ¿me daba cuenta de lo absurdo que sonaba todo lo que estaba diciendo?
Necesitaba descubrir más, necesitaba respuestas, que no conseguiría si me retiraba ahora, pero necesitaba enmendar mi error y no tenía ni la más remota idea de cómo lo haría. Lo único que era un hecho es que estaba determinado a descubrir la verdad y no apartaría a Sara (Sol) de mi lado nunca más.
Basta de especulaciones, era momento de hacer una llamada. El timbre pareció durar más de lo usual en segundos expectantes. Probablemente no debí haber llamado estando ebrio. Finalmente respondió una voz y se proyectó la imagen de una recepcionista con bata blanca.
-Hospital San José, ¿en qué le puedo servir?
-Quiero información puntual sobre una ex paciente suya. Sara Rocha, soy su ex esposo, Luis Cardona.
-No estoy segura de la información que pueda proporcionarle, señor.
-Sólo quiero saber qué pasó con su cuerpo.
-Bueno, como se le dijo aquella vez al momento de la defunción, el cuerpo permaneció como sujeto de estudio y para donación de órganos.
- ¿Así que mi esposa fue donadora de órganos?
- Así es, señor Cardona.
- ¿Tiene acceso a las personas a quienes les donó?
-Es información que no puedo compartir con usted.
- ¡Estamos hablando de mi esposa!
-Lo siento, pero si le doy esa información estaría divulgando datos de otros pacientes que no tienen ningún parentesco con usted, y eso va contra las políticas del hospital - dijo la señorita de recepción con el tono más predeterminadamente amable y cuadrado que había escuchado.
-Está bien. Le agradezco- dije con frustración al momento de apagar el holograma.
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El frío ya me estaba calando los huesos, pero no importaba, valía la pena si eso era necesario para conseguir su perdón. Faltando 10 para las 8:00 am la puerta finalmente se abrió y me puse de pie con un salto aproximándome a ella.
-Por Dios, ¿Qué estás haciendo aquí? - dijo ella con evidente rechazo.
-Perdón, fui un idiota.
- ¿Tú crees? - dijo acomodando su bolso y apresurando el paso en un intento por ignorarme.
-Sí lo fui. Perdón. Te lo compensaré, vamos por unos tragos.
- ¿Unos tragos? ¿Así pretendes compensar el hecho de haberme cambiado el nombre luego del sexo, todo esto antes de largarte y dejarme ahí tirada? Coño, no sé si salga debiéndote.
-Solo déjame explicarte.
-No tienes que explicarme nada, Luis, está bien. Tienes unos asuntos pendientes con tu ex muy arraigados, lo entiendo, pero yo no pienso estar metida ahí. Resuelve eso.
-Mi ex está muerta. - dije y conseguí que se detuviera y me mirara- déjame explicarte. No fue correcto nada de lo que hice, lo sé, pero de verdad quiero llegar a conocerte- le dije prácticamente en tono de plegaria. Me miró dubitativa.
-Lo siento- dijo ligeramente apenada- pero unos tragos no bastarán para compensar lo de ayer - dijo tajantemente-, quizás puedas probar con la botella entera.
Así, se nos comenzó a ir la vida entre tragos y profundas pláticas, conversaciones en las que nos sumergíamos y navegábamos en el mundo del otro, aunque sea por un momento. No sabía si era posible, pero creo que la amaba más que antes; la amaba diferente. Encontrarla mermó en todo mi inútil intento por olvidar a Sara, pero es que no me quería alejar. No sabía de qué iba todo este teatro, pero no quería que acabara jamás, me aferraba a mi pedacito de recuerdo que se fusionaba de manera perfecta con un trozo de presente. Era curioso, pues hablábamos por horas de lo mundano, de lo profundo, de lo importante, pero jamás de lo personal.
Ambos teníamos barreras casi inquebrantables que nos rehusábamos a derrumbar por miedo a mostrar vulnerabilidad; por miedo a lidiar con la verdad. La aprehensividad era parte de nuestro sistema, pero así funcionaban bien nuestras transacciones. Funcionaban bien, hasta ahora. Hice una pregunta que no sé si debí hacer, que una parte de mí se siente libre porque está más cerca de conocer la verdad, pero otra fracción prefería vivir en la ignorancia; lo que había comenzado como un intento por desembrollar el misterio se convirtió en un escudo contra la verdad, acostumbrándome a la mentira, incluso enamorándome de ella. Es precisamente por ello que no quería perder la venda de los ojos, ya no más.
-Tengo una pregunta - comencé, sin saber que la respuesta sería mucho más reveladora de lo esperado.
- Dale.
- ¿Por qué te molesta tanto que te diga que eres bonita? - dije riéndome, y proseguí a justificarme- digo, entiendo tu punto, y estoy completamente de acuerdo con él. Somos contenedores de almas. Tú eres un alma hermosa en un contenedor privilegiado. No creo que esté mal reconocer tu belleza física, sin desprestigiar todo lo demás que eres.
-Es complicado, Luis. ¿Recuerdas cómo te dije que no somos más que cuerpos prestados? - asentí con la cabeza, y ella prosiguió-, bueno, pues conmigo es más literal que figurado.
-No estoy entendiendo- dije perplejo, y nervioso al ver el rumbo que estaba tomando la conversación, quería detenerla, pedirle que parara de hablar y olvidara la pregunta, pero también estaba ansioso por escuchar la respuesta y acabar de una vez por todas con todas mis dudas.
- ¿Recuerdas mis cicatrices? - dijo y tomó mi mano para ponerla en la elongada cicatriz bajo su nuca.
-Por supuesto.
-Vale. Pues, verás, hace dos años estuve en un accidente muy aparatoso. Mi cuerpo quedó destrozado, y mi rostro también. Soy afortunada de estar viva. Así pues, tenía que buscar una alternativa, para no morir, y llevar una vida más o menos normal después de la tragedia. Afortunadamente siempre he estado en una familia bastante acomodada económicamente, al menos hasta antes del accidente. Invertimos casi todo el dinero en uno de los procedimientos más costosos e innovadores en el mercado; gracias a la tecnología médica soy lo que soy, Luis. No me gusta que me digan que soy bonita, porque literalmente, este rostro no es mío. Mi cuerpo es literalmente un contenedor.
Todo comenzó a darme vueltas. Sentí que iba a volver el estómago ahí mismo. La sangre se me fue a los pies y sentí cómo palidecía instantáneamente. Las palabras de la recepcionista resonaban en mi cabeza “el cuerpo permaneció como sujeto de estudio y para donación de órganos”. Donadora de órganos. ¡Vaya puto juego me había puesto la vida! Hui de Jalisco para olvidarme de ella, para migrar a Sevilla y encontrarla en otro cuerpo, ¡que me jodan! ¿Cómo era siquiera posible? ¿Cómo coincidió? ¿Será que el destino nos puso juntos para poder burlarse de nosotros? Me aferré a lo que tenía más cerca para no irme de bruces al suelo.
- ¿Estás bien, Luis? - dijo Sol con evidente preocupación, poniendo su mano en mi espalda.
-Sí, no te preocupes. Se me bajó la presión, es todo. Un ligero mareo.
- ¿Estás seguro?
-Sí, seguro - mentí convincentemente- Pero ¿cómo?
-Transferencia de consciencia- dijo e hizo una pausa. - justo al momento del accidente apareció una donadora cuyo cuerpo funcionaba perfectamente, a diferencia del mío, solo estaba… muerta. Tuvimos que actuar rápido.
Las palabras me seguían dando vueltas. Con dificultad me puse de pie y le di la mano débilmente.
-Te amo, me tengo que ir. No me siento bien.
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¿Cómo era posible? Encontré la verdad que había estado buscando justo cuando cesé de querer encontrarla. Hubiese sido mejor no hacer preguntas, seguir con mi mentira sin saber la abominación en la que me veía enredado, pero, ¿qué tan abominable era yo si aun sabiendo lo que sé quiero seguir en el juego? ¿cuán grande era mi infamia si prefería callar antes que dejarla ir?
Ah, ¡mi Sara! ¡mi Sol! ¿por qué me haces esto? Maldita la ironía, progenitora de tantas tragedias, ¿cuál ha sido mi pecado, que me castigas con semejante penitencia?
Debería irme, alejarme cuanto pudiera de México y de Sevilla, ¡pero si ya intenté alejarme una vez y el destino me la ha puesto de frente! No puedo ignorar al destino, debe tener una razón, al menos que esa razón sea burlarse de mí. ¿Cuál es la motivación de la vida, si no jugar con nuestras mentes? Quizás no es un castigo, quizás es una oportunidad, más que una penitencia.
¿Qué tan enfermo era quedarme a sabiendas de lo que implicaba? ¿me podía ser indiferente el hecho de amar a una persona cuyo cuerpo no es otro que el de mi difunta esposa? Tal vez no, pero elegía actuar como si aún viviera en la ignorancia, no importaba cuán egoísta fuera, ni cuán ruin resultaba; no podía rechazar esta oferta de la vida que se manifiesta en forma de señal, una oportunidad para seguir amándola.
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Escuché el timbre de la puerta y bajé presuroso a abrir. Ahí estaba ella con esa mirada preocupada que yo conocía tan bien, jugaba con sus manos intranquilamente.
-Vine a ver si te sentías mejor, parecías muy alterado. - dijo dulcemente.
A manera de respuesta la acerqué a mí jalándola por la cintura y le planté un beso, luego la miré y con una sonrisa le di otro beso, dejando que ella entrelazara sus dedos por detrás de mi cuello.
-Me siento mejor- aseguré, mientras la empujaba dentro de la casa y cerraba la puerta detrás de nosotros. Puse mis manos en sus muslos y la levanté; la cargué hasta la alcoba y cerré la puerta; probablemente no era lo correcto, pero definitivamente se sentía bien.
Nunca habíamos estado en mi cuarto, siempre elegíamos el hogar de ella, me pregunto por qué. Su casa está más cerca del pub, debe ser eso.
La besé como si la hubiese extrañado por años, después, comencé a besarle la frente tiernamente; poco a poco nos quedamos dormidos, así juntitos como estábamos, así como debía ser desde un principio, así como nunca nadie debió habernos interrumpido.
Pasaron lo que parecían ser tan solo un par de minutos cuando escuché su voz llamarme dulcemente.
-Despierta, bebé, vas a llegar tarde. - decía Sol en un hilo de voz.
Desperté confundido y ligeramente asustado, visiblemente desorientado me incorporé de un salto y comencé a espabilarme. Miré el reloj: las 7:35.
- ¡Mierda! Se me hace tarde para ir a trabajar. - con rapidez cogí mi pantalón y me puse a buscar cualquier camisa que le combinara. Me apresuré a vestirme y arreglarme para verme, aunque sea remotamente presentable- tengo que irme, pero tú puedes quedarte aquí. - dije mientras le daba un beso en la frente de despedida y partí rápidamente.
Durante todo el día no paré de pensar en ella. En nosotros. Podía funcionar, yo lo iba a hacer funcionar. Ella no tendría por qué enterarse, no hay motivo para separarnos, esta vez no, esta vez sería para siempre.
Al llegar a casa la llenaría de besos, curaría con cariño sus heridas, compartiría con ella mi calor cuando fusionáramos nuestros cuerpos una vez más; casi podía saborearla, podía sentirla entre mis brazos, anhelaba el momento en que la tuviera a mi lado una vez más.
Pasaron ocho horas que me parecieron eternas, más aún después de darle vueltas a la situación en mi cabeza; lo que para muchos resultaba una aberración era para mí un milagro, necesitaba aprovechar cada minuto que me tenía con ella con este reencuentro. Todos mis complejos se disiparían al momento que viera ese rostro, ah, esa cara bonita que es respuesta a todas mis preguntas. Abrí la puerta y comencé a buscarla con la mirada emocionado, con la misma ansiedad con la que un niño busca los regalos debajo del pino navideño.
-Sol, ¿sigues aquí? - grité sin obtener respuesta- ¿Te fuiste a casa? - miré alrededor con una sensación incómoda en el estómago, algo me causaba inquietud de su falta de respuesta. No debía ser nada, probablemente había vuelto a casa, no tendría nada de malo, pero algo en toda la situación me daba mala espina.
Subí raudo a la alcoba donde la había despedido esa mañana, para encontrarme con una escena tan desgarradora como irónica. ¿Es acaso que el destino no podía otorgarme una felicidad prolongada? ¿Es que solo quería tentarme con una falsa esperanza para luego arrancármela de golpe? ¡Maldito sea el destino que me devolvió el dulce regalo de su presencia para que doliera más el amargo castigo de su ausencia!
Perderla por segunda vez era aún más acerbo; más dolía la ironía y las falsas esperanzas.
Ahí yacía ahora, preciosa, con esos ellos ojos cerrados. Recuerdo como me gustaba verla con ojos cerrados, así recordarla exactamente como ella era. Tenía un frasco de pastillas a un costado, un vaso de agua sobre la mesa y una foto asida en la mano.
En la foto se apreciaba una foto de bodas. La mía, para ser exactos. En el reverso tenía una nota escrita con mano trémula.
“Todo está confuso. No entiendo nada. En un principio pensé que podría sobrellevarlo, pero no es así. Ahora toman sentido todos esos extraños encuentros iniciales en que parecías reconocerme, aun cuando era la primera vez que nos veíamos.
De poco me sirvió encontrar donadora lejos de Sevilla para no tener que saber nada de su vida, para no encontrar rastro de una vida que no era mía, y para no mermar en mi identidad que con frecuencia es confundida con la suya.
Perdón. Te amo, aunque ya comprendí que tú no me amas a mí, sino al recuerdo: a ella, y por más vueltas que le demos no hay nada humanamente posible para cambiarlo. No estás enamorado de mí, sino de la nostalgia. No estás enamorado de mí, sino de una visión, de una ilusión, de un rostro. Te enamoraste del contenedor. No más fingir que me amas cuando ambos sabemos que no es así, no más fingir que estoy conforme con un amor a medias, no más fingir que puedes amarme como a ella, sencillamente porque nunca seré el amor de tu vida, aunque luzca como ella. Me voy porque ya no puedo más, ¿quién soy? ¿quién seré cuando estas pastillas afecten mi sistema inmune y me vaya para siempre? Me voy porque no hay lugar donde pueda estar al que pertenezca, soy un eslabón suelto nadando en el limbo de dos mundos cuyos cruces jamás debieron encontrar; porque aquellos que me conocían de antes ahora me desconocen, y aquellos que la conocían a ella juran conocerme, pero jamás lo hicieron. Me voy, pues, no porque me haya transformado en ella, pues es evidente que nunca podré, sino porque desde que su piel está sobre mis huesos no podré jamás volver a ser yo, pero no podré tampoco ser ella. Esta piel ya no es de ella ni mía, no pertenece a nadie. Me voy porque tengo que irme, pero me desgarra en el alma porque me voy sin saber quién soy.
Te ama: S”
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