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A mis amigos protestantes

Actualizado: 19 nov 2018

Jessica Ramírez R.

Dejé el estandarte con letras iracundas en el piso empolvado de mi habitación. Me quité la chaqueta, la sacudí un par de veces y la lancé a la cama, para luego frotarme los ojos con intención de espabilarme. Estaba cansada, pero era más bien un agotamiento mental y emocional; me preguntaba si esto tendría algún sentido, o si solamente proferíamos gritos al viento, gritos que no serían escuchados jamás.

Me miré al espejo: era nada más yo. Una chica joven, escuálida, de ojos esperanzados; con un noble propósito, pero con poco poder.

Proseguí mirándome al espejo y una visión recorrió mi mente. Vi en el reflejo una fugaz transfiguración: Miles de rostros, pieles de todos colores, ojos de todas dimensiones, tallas distintas, vestiduras intensas. Parpadeé un par de veces para descubrir una chica en el espejo que lucía casi exactamente como yo, pero no era yo. Abrí los ojos como platos, pero la chica del reflejo no hizo lo mismo.

Momentos después me percaté de minúsculas diferencias: en nuestra ropa, en el cabello, en el semblante. Como si fuese de una época distinta. Vi en el reflejo su propio cartel que recitaba: “México del 68: año de la represión”.

De pronto caí en cuenta de algo. Su voz era la de millones de voces silenciadas, voces que parecían haber gritado en vano durante años. Lucía interrogante, en espera de que sus plegarias hayan sido respondidas. Me miraba inquisitivamente, como preguntando si lo que hicieron alguna vez fue de provecho, o si sus palabras cayeron en balde, ¿Cómo la defraudaría diciéndole que la cosa no había cambiado mucho 50 años más tarde? ¿Qué cambiaban miles de voces si no eran escuchadas por nadie?

Pero no. Me rehúso a pensar que tanto esfuerzo ha sido en vano, que multitudes han sido silenciadas a punta de macanazos, que muchedumbres han sido desaparecidas en aras de aplacarlas, que se hubiesen recorrido kilómetros y kilómetros predicando un mensaje de revolución y justicia social y todo para nada.

¿Para nada? ¿Será posible? Y, de ser ese el caso, ¿Qué nos hace seguir manifestándonos ante la inconformidad a sabiendas que será inútil?

Entonces me abrumó una idea. Cogí papel y una pluma para plasmar las siguientes palabras para siempre.

“A mis amigos protestantes:

Sépanlo que no han gastado sus gargantas en vano, que sus protestas han alcanzado destinatarios de cientos de miles de remitentes. Porque aún 50 años más tarde seguimos alzando la voz proliferando las revoluciones sociales.

50 años más tarde y no nos conformamos con el silencio. 50 años más tarde y el arte sigue siendo nuestro estandarte de guerra. 50 años y el gobierno, aunque no ha sido capaz de escucharnos, tampoco ha sido capaz de silenciarnos.

Podrán intentar acallar mi voz, desaparecerme, pero, si lo han de intentar, sépanlo que habrá millones de voces más que callar, sépanlo que habrá muchos poemas iracundos por recitar, que habrá discursos acusantes por ignorar, que habrá canciones que se convertirán en himnos de revoluciones, que habrá revueltas que quizás no podrán contener; que llegaremos a ser tantos que quizás, solo quizás, no nos podrán desaparecer a todos. Que haremos tanto ruido que resonará interminable, y que su respuesta violenta solo generará más ruido, pero solo quizás.

Ellos intentarán decirnos que están de nuestro lado, querrán calmar las aguas y aplacar las revoluciones. Dirán que aquellos desaparecidos solo estaban en el momento y lugar equivocados, pero, ¿Cuál momento es adecuado? Si el equivocado fue hace 50 años, es en la actualidad, y seguirá siéndolo hasta que las cosas no cambien, y ¿Cuál es el lugar adecuado? Si el lugar equivocado no solo es aquí, sino en todo el mundo.

Pero no se preocupen, no escucharemos sus pobres justificaciones poco convincentes, así como ellos se han dedicado a ignorarnos.

No se preocupen, porque honraremos sus palabras, honraremos la muerte de miles de inocentes inconformes que no hacían más que reclamar lo que por derecho era suyo, honraremos los llantos de miles madres despojadas de su condición de madres, que siguen siendo madres, pero de hijos muertos; honraremos el trabajo de miles de obreros que luchan por justicia; honraremos el canto de miles de músicos y poetas que seguirán sonando como nuestros himnos.

Amigos protestantes, no se preocupen; su voz seguirá gritando a través de la mía.”

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